La Cultura de Violencia contra las mujeres está enraizada en nuestras vidas cotidianas.
En nuestras maneras de relacionarnos, de pensarnos, de juzgar situaciones y a otras personas, en nuestras relaciones en el trabajo, en la familia, en la pareja, en los patrones de crianza, en el currículum educativo formal y mucho más en el currículum oculto, en las políticas públicas, en las decisiones y dotación presupuestaria.
En el arte, el cine, la literatura, las noticias (en lo que se considera noticia y lo que no), en las prácticas y fantasías sexuales (el porno ha sido y sigue siendo, en demasiados casos, lo más parecido a una escuela de educación sexual), en la publicidad, la música, los videojuegos, la moda…
Necesitamos identificar los patrones, costumbres, hábitos, creencias, comportamientos, interpretaciones, pautas de comunicación, etc., que dan forma y sostienen las Violencias Patriarcales contra las mujeres, las chicas y las niñas.
Identificar las Violencias sutiles cotidianas, normalizadas y toleradas que mantienen el orden patriarcal y son la base de las violencias más visibles que se dan después.
Es urgente apostar por un proceso de aculturación progresiva: reorientar la cultura de violencia hacia la Cultura de Paz, de Buen Trato, de Buen Amor.
Para ello, en primer lugar es fundamental identificar, visibilizar de qué está hecha la cultura de la Violencia, su dimensión estructural y simbólica, y cómo se manifiesta.
Cultura de Violencia contra las Mujeres es:
Que normalicemos las cifras de mujeres asesinadas. Que ya no nos sorprenda el hecho de que cada año contabilizamos mujeres asesinadas.
Que continuemos hablando de mujeres asesinadas (en el mejor de los casos, porque a veces todavía se habla de mujeres muertas) y no de hombres asesinos (80 durante el 2020 – actualizo 93 en el 2023)
Que la mayoría de las campañas de prevención, detección e intervención de cualquiera de las violencias contra las mujeres sigan dirigiéndose hacia nosotras (en muchos casos revictimizándonos) en lugar de dirigirse hacia los asesinos, agresores, victimarios, perpetradores, depredadores sexuales etc., que las ejercen.
Que estemos acostumbradas/os a leer datos como que una de cada tres mujeres en el mundo sufre violencia sexual o física, en su mayoría, por parte de su pareja (OMS, 2020)
Que prácticamente no se hable de la violencia contra las mujeres durante el confinamiento. La ONU la está llamando la Pandemia en la Sombra.
Que desde algunos espacios y sectores se pretenda continuar negando, banalizando las violencias machistas, restándole relevancia a la base sexista y misógina, llamándola Violencia Intrafamiliar (creía que esto era ya cosa del pasado más rancio, pero se ha vuelto a escuchar hace muy poco). La base que sostiene y alimenta estas Violencias es la desigual construcción psicosocial de los géneros.
Cultura de violencia contra las mujeres es la normalización y justificación del abuso de poder, el control, la posesión, los celos, el chantaje, las amenazas y la dominación en las relaciones de pareja como pruebas de enamoramiento.
La romantización del ciclo de la violencia en la pareja. Los que se pelean se desean y sus reconciliaciones sexuales son más pasionales.
Los modelos explicativos, los profesionales de la psicología, de la justicia, los procedimientos institucionales que cuestionan, retraumatizan y revictimizan.
La naturalización de los mal llamados «micro»machismos, porque tienen poco de «micro».
Es la Violencia real y simbólica constante hacia nuestros cuerpos.
Es la presión por priorizar apariencia física y estética a Salud. Presión por adornarnos como objetos, en lugar de habitar y vivir nuestros cuerpos.
Es la mirada androcéntrica de la medicina, que pone en el centro los procesos de salud y enfermedad de los hombres como medida de para evaluar lo normal y lo anormal, lo que merece atención e investigación en los procesos de salud y enfermedad de las mujeres. La normalización de procedimientos y protocolos profundamente misóginos.
La patologización y la sobremedicación, especialmente en salud Mental.
Los intentos de anulación de nuestra autonomía y de nuestro poder de decisión sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, los intentos de control y dominación de nuestra vida sexual y reproductiva.
Que no podamos hacer uso libremente del espacio público, a la hora que queramos, solas o en compañía, viajar sintiéndonos seguras, porque la amenaza de que nos sigan, nos acosen, nos violen, nos rapten, torturen o asesinen están siempre presentes. Que hombres se apropien del espacio público, sigan, acosen, droguen, violen, rapten, torturen o asesinen.
Las agresiones correctivas para que volvamos a ajustarnos a estereotipos, mandatos de género o sexuales.
Que tengamos que tapar nuestras tetas, en la playa, en protestas, lactando, o disimular nuestros pezones cuando se hacen notar a través de la ropa, porque mostrarnos espontánea y naturalmente es sexualizado e interpretado como una provocación. Seguimos siendo responsabilizadas de custodiar los impulsos sexuales de los otros y señaladas y culpadas cuando ellos no son capaces de controlarse y nos miran, tocan, manosean, agreden física, sexualmente o con la palabra piropeando e invadiendo nuestro espacio.
La falta de enfoque interseccional ante factores (orientación sexual, identidades, capacidades diversas, origen, etnia, edad, factores contextuales, ect.) que pueden aumentar la vulnerabilidad.
La industria del porno, que está promoviendo una visión de la sexualidad asociada a agresión, la violencia y dominación (frente a educar en una sexualidad basada en la comunicación y el con-sentimiento y co-deseo, el placer compartido, la intimidad, la afectividad, ternura, etc.)
El sistema prostitucional y la doble moral y los pactos entre caballeros que lo sostienen. También en contexto covid.
Que «hijo de puta» continúe utilizándose como insulto. Violencia contra la madre y tradicional separación patriarcal: o Madre o Puta.
Las respuestas Not all men. sí, ya lo sabemos, Not all men. Esto vuelve a ser otra manera de que nos expliquéis cosas.
Responder con insultos como Feminazi, Loca, Puta, Histérica, o usar gaslighting -luz de gas-, para defenderse cuando señalamos privilegios, abusos de poder, o para desvalorizar o cuestionar un argumento, un límite, un No. O cuando señalamos cualquier tipo de violencia no tan clara que resulta incómoda.
La sexualización y por supuesto la hipersexualización de las niñas y de las adolescentes. Normalizar que la ropa que hay disponible para ellas no es ropa de niñas, sino de mayores, que está llena de complementos y adornos, es normalizar su entrenamiento para convertirse en objetos de deseo.
Que los cuentos y las películas infantiles sigan estando repletas de sesgos sexistas, basando sus argumentos en niñas-chicas-mujeres que parecen ser las protagonistas pero que ponen toda su atención en apoyar a niños-chicos-hombres en sus aventuras, para que consigan lo que buscan, de manera que todo gira en torno a él o ellos. Repletas de sesgos sexistas, Amor Romántico, ensalzamiento de la belleza física-estética, competición entre mujeres (eso cuando hay varias protagonistas mujeres y se hablan entre ellas – ver el test de Bechdel)… aunque intenten arreglarlo con un final que intenta ser transgresor.
Que la Violencia Gineco-Obstétrica continue siendo negada e invisibilizada. Un tabú tan disfrazado de prácticas médicas que es difícil de reconocer incluso para muchas mujeres que la han vivido en consultas ginecológicas o en durante sus procesos de reproducción asistida, embarazos, partos, postpartos, lactancias. Muchas activistas feministas y asociaciones como la Asociación de Psicología Perinatal, El Parto es Nuestro y el Observatorio de Violencia Obstétrica, estamos trabajando para que la Violencia Gineco-Obstétrica sea recogida en la Ley Orgánica de Garantía Integral de Libertad Sexual.
Las desigualdades económicas en ámbitos laborales. Los techos de cristal, de cemento, de diamante, suelos pegajosos y laberintos que nos dificultal el desarrollo profesional y laboral.
Es la invisibilización, la ausencia de referencias de mujeres en la historia, en la investigación, en política, en la judicatura, en los deportes…
La persistencia de estereotipos y roles que limitan, que continúan enviando un mensaje de dominación y poder y que reafirman y mantienen el orden patriarcal.
Es la doble y triple jornada laboral. La doble, triple e infinita carga mental y emocional.
Que preguntéis en qué nos ayudáis, que nos pidáis que os avisemos si necesitamos algo, en lugar de pensar por vosotros mismos y responsabilizaros de los ámbitos, la logística, las relaciones y los afectos que habéis decidido que formen parte de vuestra vida.
Las insignificantes bajas de maternidad, la negación del valor económico de sostener el trabajo reproductivo y de cuidados.
Es el paternalismo infantilizador y protector, el machismo benévolo que idealiza lo femenino y que no deja de ser otra expresión de control y dominación.
El silencio de los hombres. Que os mantengáis al margen como si todo esto se tratara exclusivamente de un asunto de mujeres.
…
¿Qué más es Cultura de Violencia contra las Mujeres?
De las violencias entre hombres y del sistema patriarcal hacia los niños y los hombres hablamos otro día. Porque ahora hablamos del 25 de Noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.
Para erradicar las violencias machistas y lograr que efectivamente, las mujeres, las jóvenes y las niñas vivamos nuestras vidas libres de violencias, necesitamos un abordaje integral, interdisciplinar, con mirada biopsicosocial y político (no partidista, sino político), con medidas económicas acordes, con dotación presupuestaria para llegar a todos los ámbitos y niveles de intervención y prevención necesarios, por supuesto integrado en el currículum, también en el informal, en todas las fases desde la escuela infantil.
Y facilitar que todas las mujeres, hijos e hijas sobrevivientes de Violencias de Género, tengan acceso a una atención psicoterapéutica integral para su recuperación psicoemocional, relacional y social, para que vuelvan a sentirse seguras en su propio cuerpo.